La indignidad de la colonia

Los colonialistas irredentos, como el Gobernador de Puerto Rico y sus adláteres, para evitar enfrentar con valentía el problema de nuestra subordinación política a Estados Unidos, desde tiempo inmemorial, hacen dos cosas: la primera es ir a Washington a pedirle a los americanos que no hagan cosa alguna que ponga en peligro la susbsistencia de la colonia, y la segunda es que, para distraer la atención del problema, piden más fondos para resolver los «problemas apremiantes» de índole económica y social, como si fueran cosas aparte del coloniaje.

Sucede que esta táctica empleada por primera vez por el padre del coloniaje puertorriqueño, Luis Muñoz Marín, hace cerca de 70 años, no ha producido otra cosa que no sea el inmovilismo. Lo cierto es que esos «problemas apremiantes» nunca han sido resueltos, por lo que siempre han servido de justificación espuria para que no se atienda el problema del status de Puerto Rico frente a Estados Unidos como potencia imperial.

Solamente la enfermedad de espíritu que representa el coloniaje explica que a la altura de 2015 una mayoría de los puertorriqueños acepte la más indigna de las sumisiones sin siquiera sonrojarse ante sí y ante el resto de un mundo que hace siglos o muchas décadas supo liberarse del yugo colonial.

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