Procerato fatulo

Hoy, los hijos espirituales de los padres del coloniaje puertorriqueño celebran un procerato que, al decir de Albizu, «pudieron ser gigantes, pero se conformaron con ser enanos». Palabras muy duras, pero merecidas porque no puede haber traición más grande que la de justificar la sumisión del país en que se nace a una potencia extranjera. No puede haber una perversión mayor de la inteligencia y el talento que la de utilizarlos para convencer a un pueblo sometido a la ignominia colonial de que es «libre» y está «asociado» a su amo en virtud de un «pacto». Solamente la enajenación mental y la enfermedad del espíritu que produce el colonialismo puede explicar semejante inversión de valores.

Eso y las prebendas del poder. Administrar bien la colonia se eleva a la categoría de heroicidad. La honradez en el servicio público y las buenas obras disimulan la complicidad con el amo, quien premia esa fidelidad con unos puestecitos dentro del estrechísimo cerco colonial. Entonces, se paga el precio con el silencio, la rabia sorda, el llanto de la humillación privada y pública, y se acepta con resignación un destino que se juzga inexorable.

Pero, ninguno de esos colaboracionistas pasará de ser una nota al calce en la historia de nuestro país. No importa las apologías que se hagan o se escriban. Los únicos próceres auténticos son los que han luchado por la libertad en cualquier época y lugar.

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