Alejandro, el mínimo

A estas alturas del juego político puertorriqueño, el partido de gobierno ya lo ha dado por perdido. Hace tres años apostó a un joven apuesto pero claramente cabecihueco, y su ineptitud y tozudez lo ha condenado al fracaso electoral en noviembre de 2016. El país se le ha volcado en contra, y el daño es irreparable. Muchos de los que se dejaron confundir por el espejismo de galanura y simpatía, ahora guardan embarazoso silencio o lo condenan muy en privado.

Los que por «sana intransigencia» nunca nos hemos dejado engañar prestando nuestro voto a los enemigos de la nacionalidad y la patria tenemos la conciencia tranquila porque no ayudamos a elegir a ineptos, por conveniencia personal o familiar, o por adhesión partidista ciega. A esos les recuerdo la distinción que, en un momento de lucidez moral, hiciera Muñoz Marín entre la buena vida y la vida buena.

¡Qué lástima vender la conciencia por un cheque!

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