Un héroe de hojalata

Lo que he llamado el «afán de canonizar» a ciertas personas, vivas o muertas, produce una vez más un desatino público. Puesto por delante que el asesinato del policía es una tragedia repudiable, resultan unos faux pas mayúsculos todos esos honores oficiales, en vista de un proceder suyo que dio lugar a once querellas administrativas. Peor aun, se anuncia que esos asuntos quedan cerrados con su muerte. Si bien puede entenderse que, en ausencia suya, no es posible del todo concluirlas, procede que se divulgue su naturaleza, pues el país tiene derecho a saber qué clase de policía fue el difunto, y si, incluso, algo de lo imputado pueda haber tenido que ver con su muerte.

En cualquier caso, tanto la Superintendencia de la Policía como la Oficina del Gobernador han quedado muy mal ante la opinión pública, al promover estos honores que empiezan a lucir como inmerecidos.

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