El suplicio de un pueblo suplicante

El país tiene que dejar de entender que su suerte está supeditada a los designios del Imperio y los intereses económicos foráneos. Estamos demasiado pendientes de lo que se dice y se hace fuera de nuestras fronteras, y ello nos lleva a solo considerar como posible lo que otros nos dicen que es posible. El marco estrecho del coloniaje nos ha hecho creer que no hay opciones ni soluciones distintas de las que se encuentran dentro de él. Por ello, gastamos todas nuestras energías en suplicarle al amo que nos trate bien, equitativamente y con igualdad. Apelamos a la benevolencia ajena, bien sea del Gobierno de Estados Unidos o de los bonistas que han comprado nuestra deuda pública. Estamos como siempre hemos estado: de rodillas.

Mientras no nos pongamos de pie, seguiremos en esta condición lastimera.

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