Tres vertientes de un problema

El contraste no pudo ser mayor. Ayer, se celebraron tres actos públicos en nuestro país, que ponen de manifiesto el coloniaje que padecemos. El primero fue la manifestación de un grupo de mujeres periodistas que unen sus voces al coro creciente de quienes reclaman la excarcelación de Oscar López Rivera, preso político puertorriqueño confinado hace 33 años en Estados Unidos por defender la independencia de nuestro país. El segundo fue la celebración de una misa en la Catedral de San Juan, como parte de los actos conmemorativos de la independencia de Perú. El tercero fue una marcha con la que se reclama la anexión de Puerto Rico a Estados Unidos.

Los dos primeros tienen lastimosa presencia entre nosotros por nuestra condición colonial. La condena larga e inhumana de López Rivera tiene la saña del imperio con quienes lo desafían. Celebrar la independencia ajena en una colonia es recordar nuestra subordinación política; cantar loas a una libertad de la que no se disfruta, en un acto que no puede ser reciprocado, a pesar de la buena voluntad del otro país.

El último es el más patético. Gente que no se valora sin el otro, planteando el subsumirse en otra nacionalidad como destino de la propia, por unas monedas y una fe ciega en la bondad del amo. Gente que quiere ser «igual» que los americanos del Norte, en vez de querer ser lo que somos: igual al resto de los americanos de este hemisferio, a quienes nos unen cultura, historia, lengua y raza.

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