Auge y caída de Rafael Cox Alomar

Rafael Cox Alomar ha sido la «estrella fugaz» de más corta vida en el firmamento de la política puertorriqueña. Muy docto y de verbo fácil -- sobre todo en este país de «tartamudos» -- deslumbró a muchos incautos y a otros que por solidaridad racial creyeron ver en él a «la gran esperanza negra». Por una coyuntura estrictamente circunstancial saltó a la fama, pero en él se cumplió el dictum de Andy Warhol: «En el futuro, todos seremos famosos durante quince minutos». Agotado su cuarto de hora, ha devenido en un nonentity, para decirlo en el idioma de Oxford.

Mucho ha tenido que ver su culipandeo ideológico. Como Muñoz Rivera, Rafa por la mañana parece soberanista, por la tarde parece autonomista y por la noche se arropa con la bandera americana. Su fracaso electoral lo ha convertido en un resentido; un francotirador dentro del partido que lo postuló por default. Tal parece que el doctor es instruido pero no educado, y su trato con los demás no es el mejor, razón por la cual se ha granjeado la antipatía de sus propios correligionarios. El saldo de todo esto es una marginación y humillación sin precedentes en la historia política del país.

El pobre hombre trata desesperada e inútilmente de llamar la atención, pero su otrora partido lo castiga con la indiferencia, como acaba de ocurrir con la respuesta del Gobernador y compañero de papeleta electoral, cuando se le pidió un comentario sobre el ataque más reciente de Cox. Conocedor de la historia, este pichón de prócer ha tenido su Naranjales. Que haga lo que hizo Muñoz Marín en 1938, y funde un partido soberanista, a ver cuántos lo siguen.

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