Bromas aparte

Nuestro país es muy dado a la exageración, incluso en el afecto y la solidaridad. Lo que ocurre en estos días con la muerte del comediante Luis Raúl es el ejemplo más reciente de un desborde que ya resulta absurdo. El hombre, simpático y talentoso, -- hay que decirlo -- hace poco se vio en un lío judicial muy feo por evasión de impuestos. Digo muy feo porque, con unos ingresos de casi un millón de dólares en cuatro años, optó por ni siquiera rendir la planilla de contribución sobre ingresos para ese periodo.

Ni porque se haya muerto le debemos «reír esa gracia». Lamentamos su muerte y reconocemos su talento, pero poner la bandera a media asta y decretar tres días de duelo por una persona que quiso burlar al fisco y, por ende, al país, al no cumplir con su responsabilidad contributiva es un trastoque de valores en el país.

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