La Casa de las Leyes y un balcón

Los últimos 40 años registran una creciente vulgarización de la vida puertorriqueña. La chusma se ha apoderado del país, en lo político y en lo social. Gobiernan los boquisucios, los guapos de barrio y otra ralea. Se admiran y se apoyan los malos ejemplos. El representante Rivera Guerra y Gricel Mamery son dos caras de una misma moneda de poco valor. Que haya quien los defienda es indicio de la bajeza a la que hemos llegado. Él ha recibido el respaldo de una Comisión de Ética que, en su mayoría, no conoce el concepto, y que con este acto se ha declarado incapaz de juzgar a nadie. Por su parte, hacer de ella un símbolo de la mujer puertorriqueña discriminada y oprimida es una burla y una ofensa gratuita a sus congéneres. Solo quienes viven la procacidad pueden considerarla como su portaestandarte en esta cruzada insensata y malsana. Salir al balcón a realizar lo que legítimamente pertenece a la alcoba es muestra de una desfachatez que nada tiene de admirable y sí mucho de reprochable. La combatividad con la que ella ha respondido, sin asomo de aceptación de haber actuado mal, demuestra una enajenación personal que ha encontrado eco en la morralla en la calle.

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