Mi agua está «sucia», pero es mi agua

Una vez más, los americanos nos dicen lo que tenemos que hacer. Ahora han promulgado nuevos criterios acerca de la pureza de las aguas y, por supuesto, aquí hay que salir corriendo a gastar el dinero que no se tiene para cumplir con condiciones de un país rico, aunque un tanto quebrado. Cuando he dicho tantas veces que los puertorriqueños no mandamos nada en nuestro país, es a cosas como ésta a las que me refiero.

Por supuesto que no planteo que las nuevas normas sean malas, sino que no son producto de la voluntad nuestra. Se trata de imposiciones de otro país; una muestra de que carecemos de autoridad para decidir sobre todos los asuntos de nuestra vida colectiva. El control de Estados Unidos sobre Puerto Rico es absoluto. No solo no tenemos soberanía; tampoco tenemos autonomía. Todos los renglones de la vida puertorriqueña están subordinados a las decisiones del gobierno estadounidense.

Los llamados autonomistas están tan abochornados por este tutelaje, que optaron hace muchos años por un estado de negación y fantasía, hablando como si el gobierno de Puerto Rico tuviera alguna autoridad. Es un desquicie total que ha creado una «realidad» que no corresponde a la realidad objetiva.

Así se vive en esta colonia del Caribe.

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