"Camelot", sin música

Cumplido el medio siglo de la «coronación» de Kennedy en Washington, se ha revivido el mote de Camelot con el que muy astutamente algún publicista de aquella época bautizó el nuevo régimen. En aquel momento y durante un tiempo después no se sabía lo que hace ya tiempo sabemos acerca de ese mito. Así que repetir ese apelativo a 50 años plazo es empeñarse en desconocer la realidad y seguir haciéndole el juego a Madison Avenue, meca de la publicidad y la propaganda política de Estados Unidos.

Hasta cierto punto, es entendible el entusiasmo de aquellos días. Después de dos viejos churrientos como Truman y Eisenhower, y Bess y Mamie, John y Jacqueline eran dos «estrellas», por su relativa juventud y apariencia. Pero, el nuevo ídolo tenía mucho más que los pies de barro; el embarre le llegaba hasta la cintura. Una prensa domesticada se ocupó de ocultar sus múltiples «indiscreciones».  Un chusco diría que su reinado debió llamarse Came a lot. 


Aparte de su desenfreno sexual - compartido, a veces literalmente, con su hermano Bobby - hubo un lado oscuro y siniestro a la corte de JFK. Baste evocar los nombres de Sam Giancana y la conexión mafiosa y Marilyn, muerta bajo el signo de una interrogación que incluye a John y Bobby. Añádanse los intentos de matar a Fidel y la cochinada de Playa Girón y se verá que la supuesta grandeza tiene más de fotogenia que de sustancia.

Su asesinato ayudó a «beatificarlo», aunque, como he dicho, «no era muy católico que digamos». Algún tiempo después, la viuda se puso en pública subasta, y el magnate griego, aunque viejo y feo, triunfó en la puja. Nadie en el mundo creyó que eso no era sino un matrimonio de conveniencia. Pensándolo bien, Camelot es una historia de cuernos: la reina Guinevere se los pega al rey Arturo con Lancelot.

Quizá, entonces, lo de Camelot no está tan mal para recordar a la Casa Blanca entre 1960 y 1963...

Comentarios

Hiram Sánchez Martínez ha dicho que…
Pero has dejado fuera al mago Merlín.

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