«¿En qué quedamos, por fin?»

En la discusión pública acerca del caso del representante Héctor Ferrer, percibo una renuencia de cierto sector femenino -- de ordinario, muy militante en defensa de la mujer -- a condenar la actuación del político. Me parece que se debe a que, para algunas, el partidismo puede más que el feminismo. Quienes ayer vociferaron -- con razón -- a favor de reivindicaciones de todo tipo de derechos de la mujer hoy se les nota calladas o muy circunspectas en sus expresiones. Aun las que no son abogadas, se expresan con un extraordinario purismo jurídico digno de la cátedra de Derecho Penal avanzado. Las que antes abogaron por incluir en el alcance de la tipificación de «violencia doméstica» la verbal y la psicológica ahora hacen distinciones bizantinas y malabares lógicos para exculpar a alguien por quien sienten afinidad ideológica o simpatía personal. Se advierte además el comienzo de una campaña de descrédito de la perjudicada y de su familia, hurgando en su pasado y en supuestas motivaciones, dirigida a probar que la mujer es una embustera.

Lo irónico de todo esto es que fueron precisamente las mujeres las que se quejaron -- con razón, repito -- de que a las mujeres no se les creía en sus denuncias contra los hombres. Por eso lograron cambios en las leyes para que ya no sea necesario corroborar su versión de los hechos de una violación y para prohibir que se traiga a colación el pasado sexual de una mujer que denuncia un abuso sexual.

Creo que esas compañeras -- palabra muy de moda y pertinente a este caso -- y hasta colegas deben hacer una introspección, y decidir qué clase de compromiso tienen con su género, y si ello está supeditado a consideraciones políticas. Quizá  esta situación sea una muestra más de la verdad del dicho «no hay peor enemigo de una mujer que otra mujer».

Comentarios

Entradas populares