ALAS que no vuelan

Los soberanistas son independentistas asustados, que no se destetan completamente de Estados Unidos, y ven en la libre asociación una forma digna de acallar su conciencia ante la ignominia del coloniaje. Agrupados en la Alianza pro Libre Asociación Soberana salen a romper lanzas por su ideal en el plebiscito de noviembre. Tienen, pues, el calor en la cara que le falta a sus amigos del Partido Popular -- algunos han militado en él -- para defender una opción que, de darse de manera auténtica, tiene el aval de Naciones Unidas. Hago el énfasis señalado para que no nos confundamos con el «embeleco» de 1952, pues aquello no tuvo ni remotamente legitimidad descolonizadora.

Como independentista, no pido menos que la única soberanía auténtica: la independencia. La libre asociación tiene, a mi modo de ver, el inconveniente práctico de que el «socio» del Norte, acostumbrado a imponer su voluntad, va a continuar haciéndolo. Los abogados sabemos por experiencia que la llamada «jurisdicción federal», aunque en un principio sea limitada, aumentará significativamente, sobre la base de leyes, reglamentos e interpretaciones judiciales que se entenderán aplicables a Puerto Rico. Esa es la historia nuestra en el siglo 20 y lo que va del 21. En poco tiempo, el «pacto» o «tratado» se volverá sal y agua, y estaremos en la misma situación colonial que al presente.

Con el Diablo no se pacta.

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