«Amigo de Platón, pero más amigo de la verdad»

La renuncia forzada del representante Héctor Ferrer a toda participación política debe servir de lección a quienes, de manera apresurada e imprudente, rompieron lanzas por él. Las revelaciones más recientes de su conducta con su compañera consensual lo condenaron irremediablemente a la muerte política. Inexplicablemente, sabiéndose culpable, él optó por atacar al gobierno, imputándole una confabulación para perjudicarlo. Su descrédito es absoluto.

La lección fundamental para todos nosotros es que no debemos dejarnos llevar por afectos, afinidades o simpatías de clase alguna, a la hora de considerar la posibilidad de que alguien haya obrado mal. Todo es posible y todos somos capaces de todo. No podemos descartar, a priori, que unos hechos hayan ocurrido, meramente porque se le imputen a alguien a quien le tengamos admiración o aprecio.

De igual manera, no se puede rechazar un señalamiento porque lo haga un adversario o una persona que no nos simpatiza. Incluso cuando represente una ventaja política para quien lo haga, lo que importa es determinar su veracidad, y ello solo se consigue si consideramos el asunto serenamente y sin el ánimo prevenido. Si bien no debemos creer lo que nadie creería, tampoco debemos dejar de creer lo que todo el mundo creería. La experiencia cotidiana y el sentido común son muy útiles, a la hora de decidir qué es lo que, con toda probabilidad, ha ocurrido en una situación que no está del todo clara o sobre la cual hay versiones contradictorias.

A fin de cuentas, «la verdad, aunque severa, es amiga verdadera».

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