Un lloriqueo injustificado

El movimiento antibélico en Estados Unidos en la época de la guerra de Vietnam produjo dos consignas memorables: la pasiva Suppose they gave a war and nobody came y la militante Hell, no; we won't go! Ambas vienen a mi mente cuando leo los lamentos de soldados puertorriqueños que regresan lastimados en cuerpo y espíritu de Afganistán e Irak. A estas alturas de la historia, deberíamos haber aprendido que ése es el costo de complacer los caprichos guerreristas de los americanos. Si los boricuas salen a bombardear y a dispararle a los afganos y a los iraquíes, no pueden pretender que ellos no se defiendan en su propia tierra.

El fanatismo o la indiferencia moral de quienes le entregan su conciencia a los yanquis y están dispuestos a matar a quienes ellos le encarguen tiene estas consecuencias. Aquellos que van a la guerra livianamente, como quien va de pasadía, sin pensar en la justeza de lo que se va a hacer en esas tierras lejanas pobladas de seres humanos que sienten y padecen, merecen lo que les ocurra. Cada hombre tiene el deber insoslayable de examinar las consecuencias de sus actos, sobre todo si se trata de quitarle la vida a hombres, mujeres y niños. No hay bandera -- sobre todo si es ajena -- que lo escude de ese escrutinio moral.

«El que a hierro mata, a hierro muere».

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