«¡Señor, Señor!»

El caso del piloto puertorriqueño asesinado en República Dominicana, aparentemente involucrado en el narcotráfico, pone de manifiesto una actitud que, con alguna frecuencia, se hace patente. Familiares y amigos basan su incredulidad, en gran parte, en la religiosidad del individuo, como si eso lo colocara sobre toda sospecha. El hombre era un «siervo de Dios» o algo así, ergo no podía andar -- en este caso, volar -- en malos pasos.

Decir eso es una ingenuidad de marca mayor. A menos que se descubra que alguien colocaba en y luego retiraba la droga subrepticiamente de los siete aviones del piloto, hay que concluir que el sujeto se dedicaba al tráfico de drogas, no importa lo mucho que leyera la Biblia y visitara el templo. Los que han leído la Biblia -- aunque sea superficialmente -- saben que en ella se afirma que «no todo el que dice ¡Señor, Señor! entrará al reino de los cielos» o algo así.

Ni con siete aviones.

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