El valor de los que permanecen

Hace tiempo circula por ahí la tesis de que los puertorriqueños que permanecimos aquí tenemos una deuda de gratitud con los que optaron por emigrar a Estados Unidos, sobre todo en los años 50 y 60, pues ello permitió el crecimiento económico de nuestro país, ya que se «descongestionó» y, a la vez, los emigrantes fueron fuente de remesas para los pobres infelices que nos quedamos.  Rechazo vehementemente esta tesis.

En primer lugar, la gente que se fue no lo hizo por razones altruistas, sino por necesidad económica que ellos, engatusados por los «cantos de sirena» públicos y particulares, creyeron que les resolverían sus problemas.  Aquí se ha querido dar la impresión de que los que «le cogieron miedo al bulto» huyendo hacia el norte lo hicieron como un sacrificio personal consciente.  No; lo hicieron porque estúpidamente creyeron que las calles de Nueva York y Chicago estaban «pavimentadas con oro», es decir, pensaron que eran más listos que los pendejos que se quedaron.

En segundo lugar, si bien hubo una campaña gubernamental para estimular la emigración, tampoco se trató de que secuestraron a la gente o la narcotizaron para montarla en los aviones.  Las personas escogieron irse.  No todo el mundo se fue.  La inmensa mayoría se quedó y se fajó a trabajar, aunque ganara menos y no viviera en la Gran Urbe neoyorquina.  Ésos, los que se quedaron son los verdaderos héroes de nuestra historia.  La deuda de gratitud es con quienes permanecieron en este suelo, aunque pensaran que podían tener una vida más cómoda en uno ajeno.

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