El lloriqueo inútil

Con el «pie forzado» de la matanza en Connecticut, bien vale la pena insistir en que los lamentos, las marchas, las oraciones y las vigilias, aunque entendibles, hacen muy poco por solucionar la crisis de seguridad pública que se vive. En nuestro caso, hace falta que seamos precavidos y prudentes en la vida cotidiana. No contribuyamos a nuestra desgracia, facilitando la siniestra labor de los delincuentes. Aceptemos la dura realidad de que en el mundo hay gente mala que anda al acecho de los despreocupados y los imprudentes. No seamos presa fácil de los facinerosos.

En Estados Unidos, el problema  es de otra tesitura. Allá hay una cultura que privilegia la tenencia de armas de fuego. Que la segunda enmienda a su Constitución sea para consagrar la posesión de armas retrata al país. Un país en el que se pueden comprar y tener armas de fuego como cualquier otro artículo está abocado a que los dementes de todas clases tengan un mayor poder letal y lo ejerzan con frecuencia. Que la madre del homicida tuviera seis armas de fuego en su casa dice mucho del desquicie de ese país. He who lives by the sword, dies by the sword, reza un viejo aforismo. Si todo ese llanto no se traduce en una acción concreta para adoptar una legislación adecuadamente restrictiva  de la tenencia de armas, ese país vivirá un eterno velorio de víctimas inocentes, ante el asombro e incredulidad del resto del mundo.

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