Los hijos del mar y el sol

Desde 1992, con la conmemoración de los 500 años del Descubrimiento de América, se ha puesto de moda denostar el suceso, sus protagonistas y lo que pasó luego, principalmente el maltrato y la matanza de los pueblos indígenas. Aunque no se niegan estas consecuencias, no hay por qué maldecir la hora en que llegó Colón a estas playas. A menos que uno hubiera preferido vivir como, en nuestro caso, los taínos eternamente, la conquista y colonización supuso la transformación que, en términos generales, debemos agradecer.

Por otra parte, hay que recordar que el mundo indígena no era precisamente idílico y pastoral. Estaba lleno de costumbres bárbaras, crueldad y conflictos armados. Los más fuertes se imponían a los más débiles. En nuestro caso, los caribes vivían maceteando a los taínos. Así que aquello no era exactamente un jardín edénico echado a perder por la irrupción de la botas españolas.

Lo que no tiene perdón de Dios es que, cinco siglos después, por acción u omisión, los que de españoles tienen muy poco sigan siendo crueles con su propia gente, todo porque tienen la piel o los ojos un poco más claros.

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