Una lucha sin cuartel

Creo haberlo dicho antes, pero vale la pena repetirlo: la lucha de clases no es mera retórica, sino realidad que se vive encarnizadamente. Las clases adineradas y acomodadas -- en todo el sentido de la palabra -- y sus bien pagados acólitos luchan denodadamente para conservar y aumentar sus privilegios y ventajas, mientras pisotean a los trabajadores y a los desposeídos. En sus manos, el Estado es cómplice o instrumento de despojo y opresión. Contra toda lógica democrática y humanitaria, se pretende que los que menos tienen soporten la carga de la crisis económica que es hechura de los que siempre han tenido más. Éstos no tienen qe hacer grandes esfuerzos para que se atiendan sus reclamos. Basta una llamada telefónica, un «almuerzo de negocios» y un cheque.

La frustración de los que no son escuchados se desborda. Tienen sobrada razón cuando vociferan «¡Que la crisis la paguen los ricos!». Pero, ellos, encerrados en pisos altos con aire acondicionado y tras cortinas, no oyen el reclamo de la calle. Nacieron para mandar y ser obedecidos; los otros, para servirles al menor costo posible. Practican la caridad y la filantropía como pobres sustitutos de la justicia social. Llaman a los demás al sacrificio, pero no ceden un ápice de lo que tienen. Mientras muchos luchan por unas condiciones dignas de trabajo y retiro, unos pocos se congratulan en cocteles y cenas fastuosas.

¡Y hay quien todavía no entiende la rabia de la multitud!

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