La buena prédica

Aunque no comulgo con credo religioso particular alguno, reconozco que las iglesias tienen, entre sus funciones, que levantar lo que se ha llamado la «voz profética», es decir, de denuncia moral en la sociedad. La prédica de la moral a la que están llamadas no puede darse en un vacío, sino en el contexto de una comunidad aquejada por problemas de toda índole. En este sentido, la Iglesia tiene no solo el derecho sino el deber de señalar vigorosamente los errores que la debilidad y la maldad  -- rasgos inherentes a la condición humana -- producen en el conglomerado social.

Muy distinto, por supuesto, es abogar por candidatos u oponerse a otros. El rol eclesiástico es el de aclarar conceptos y formar buenas conciencias acorde con una visión teológica. Un Estado opresor de los derechos civiles y humanos es la encarnación del mal que la Iglesia está llamada a combatir denodadamente. Un orden económico explotador e injusto es la antítesis de cualquier credo religioso y, por ende, es anatema para la Iglesia. La contaminación y la deforestación, así como cualquier otro abuso del ambiente y de los recursos naturales son graves faltas que la Iglesia debe repudiar desde la perspectiva de la fe.

En fin, el púlpito tiene que ser cátedra de vivencia moral, que no admita cortapisas indebidas por parte de quienes se sientan aludidos por ser agentes de los males sociales.

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