Un viernes verdaderamente negro

El país se ha amanecido en las tiendas, comprando supuestas ofertas ventajosas en cuanta chuchería hay bajo el sol.  Manipulado por una incesante publicidad comercial, desde hace varios años se le ha convencido de acudir a las tiendas a partir de la medianoche del Día de Acción de Gracias.  El comercio ha impuesto las reglas del juego, el Estado ha reculado en su función de proteger a la fuerza laboral, y ha pasado a ser un himen complaciente de la avaricia y la grosería de los grandes intereses comerciales.  Claro es que se trata de una moda importada de Estados Unidos, que hemos adoptado con nombre y todo: Black Friday, y que las sucursales de esas empresas americanas han implantado en nuestro país.

Dondequiera que se haga, la práctica es lesiva a la dignidad de los clientes y los empleados, sometiéndolos a unas condiciones absurdas para comprar y vender una mercancía.  Porque, ¿qué sentido tiene decretar una rebaja en el precio de un artículo, si se compra de madrugada?  El gobierno, entregado a los grandes intereses, lo permite porque es una forma de «estimular la economía» o «ser más competitivos» y otras sandeces por el estilo, en nombre de las cuales se atropella a los empleados.

Resulta, cuando menos, irónico que precisamente se haga esto al final del día y al día siguiente en que se habla de dar gracias a Dios por los dones recibidos y se exaltan los valores espirituales.  El país está tan ciego que no ve esta contradicción.  Como tampoco ve tantas otras que lo denigran como pueblo.

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