Los hijos de las verdaderas tinieblas

De todos los fanatismos, ninguno peor que el religioso, pues quienes lo padecen reclaman el apoyo divino para su insensatez. Así surge claramente del «clamor a Dios» de un sector cristiano en el debate de la legislación antidiscrimen que aplicaría a homosexuales et al. Y es que, cuando alguien invoca al Señor a su favor, ya no es posible el diálogo, pues con Él no se discute. Por lo tanto, los que le niegan la protección de ley a ese prójimo -- al que, evidentemente, no aman -- se ubican en la atalaya inexpugnable de una creencia que está más allá de lo que los meros mortales pueden rebatir. La gente a la que Jehová les habla cotidianamente tienen oídos sordos para cualquier planteamiento humano que, en su nada humilde opinión, contravenga el mensaje divino.

Afortunadamente, la luz de la razón es demasiado brillante, y terminará por acabar con esta particular manifestación del oscurantismo.

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