Los [nuevos] miserables

El asunto del representante Luis Raúl Torres pone de manifiesto dos cuestiones preocupantes. La primera es la «cacería de brujas» que se ha desatado en nuestro país con la violencia doméstica. Puestas por delante su importancia y la necesidad de combatirla, me parece que estamos cayendo en una histeria colectiva al respecto; una persecución vengativa y eterna, a veces desproporcionada entre la falta y el castigo. Por lo que se sabe, lo de Torres ocurrió una sola vez hace 17 años, y ahora se pretende perseguirlo como a Jean Valjean.

Dicho eso, es cierto que el legislador debió, cuando menos, abstenerse de participar en la discusión del caso Farinacci, si es que no quería revelar ese asunto de su pasado. Asumir la defensa de otro legislador imputado de violenca doméstica, ocultando su tropezón con la ley, es una falta de sinceridad censurable. Si es cierto que alguien en los tribunales violó la confidencialidad del expediente, debe ser sancionado. Pero, eso no debe desviar la atención de lo más importante: la ocultación de Torres de un hecho que era pertinente a su motivación al defender a Farinacci. Independientemente de que se haya podido tener acceso al expediente judicial indebidamente, cualquier persona que recordara esos hechos pudo haber hecho la denuncia y puesto a Torres en la disyuntiva de aceptar o negar lo ocurrido.

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