Por algo les llaman «pacientes».

En el fondo, la oposición de los médicos a ser más eficientes - no digamos considerados con los pacientes - en su atención en el consultorio va más allá de la socorrida razón de proteger la sacrosanta «relación entre médico y paciente».  Se trata de una cuestión de principios: los galenos sienten que son un grupo privilegiado, al que no se le debe imponer cortapisas de clase alguna.  Ésta es la misma gente que piensa realmente que debe tener inmunidad civil y penal absolutas en su ejercicio profesional, pues, tras que nos hacen el «favor» de curarnos y salvarnos la vida, cuando se «equivocan» y causan un daño, los pacientes malagradecidos tienen la cachaza de demandarlos.

De manera que no es posible que tengamos la pretensión absurda de que se nos atienda en el lapso de una hora a partir de la hora de la cita.  Ellos deciden, a su absoluto arbitrio, cuándo es que pueden atendernos, y ni Dios les va a imponer lo contrario.

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