La verdad de la muerte
La muerte de Miranda Marín era un hecho cierto desde hace ocho meses; sólo faltaba la fecha. Entendiendo cierto grado de sensibilidad al respecto, en estas últimas horas hubo demasiado eufemismo, como si admitir que se moría fuera algo impropio. Se habló de que estaba «en la transición», algo que me recordó cuando la enfermera le dijo a mi madre que mi padre estaba «terminando». Pues, no; se estaba muriendo, y nada malo había en decirlo.
Con la misma valentía que Miranda Marín, al final de su vida, le llamó «colonia» al ELA y clamó por la «soberanía», así debieron decir la verdad acerca de su condición. Son los disimulos y los tapujos los que le restan dignidad a la muerte, como hecho fundamental de la existencia.
Comentarios
Creo que parte de su tragedia fue que le tomó demasiado tiempo darse cuenta - por lo menos, expresarlo públicamente - de nuestra condición colonial. De haberlo hecho antes, quizá pudo haber tenido una oportunidad razonable de tratar de enderezar el rumbo del PPD en este respecto. Cuando se sinceró, ya era demasiado tarde. Por lo tanto, se falta a la verdad cuando se le aclama como soberanista, pues fue algo de última hora.