«...y allí me muero de [odio]...»

La condena de ese joven en Nueva York por la muerte del ecuatoriano pone sobre el tapete, una vez más, lo ilusorio que tantas veces resulta el afán de muchos por alcanzar el mal llamado «sueño americano». Ser latinoamericano - sobre todo, con la apariencia que lo hace evidente - y buscar fortuna en un país tan racista como Estados Unidos es casi un acto suicida, pues se trata de un país cuya historia es de maltrato a su población negra y a la indígena. Por lo tanto, no puede esperarse un trato distinto a quienes, además de tener la piel oscura, no son nacidos allí o son de ascendencia extranjera.

El hambre y la necesidad son terribles, y empujan a muchos a dejar su tierra, pero es mejor vivir con privaciones que morir por el odio de unos mozalbetes blancos que no vieron al ser humano debajo de esa otra piel.


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