Un pueblo pedigüeño y pretencioso

Advierto una tendencia no del todo sana en la llamada sociedad civil, en lo que respecta a la gobernabilidad del país. Si bien el ciudadano tiene derecho a protestar por decisiones gubernamentales que le afecten, me parece que comienza a manifestarse una inconformidad absoluta y permanente con casi todas las políticas administrativas o públicas, a un grado que amenaza con obstaculizar o paralizar la gestión gubernamental. Desde amarrarse a los portones o puertas de una agencia de gobierno o llevarla continuamente al tribunal con algún reclamo, hay un cierto activismo militante que obliga a los funcionarios a dedicarse casi a tiempo completo a atender  estas acciones de protesta.

Por supuesto, hay reclamos muy meritorios, pero otros no pasan de surgir de meras incomodidades o inconvenientes a los quejosos en papel de víctimas de la burocracia. Todo el mundo quiere que se le complazca; nadie quiere pasar mucho trabajo, y se tiene la pretensión de que se le favorezca personalmente.

En fin, somos un país muy malacostumbrado y exigente.

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