Larga y lenta es la justicia

La lentitud es endémica a los procesos judiciales; no solamente a los propiamente adjudicativos, sino a los disciplinarios o de otra naturaleza. El tema ha sido una constante a través del tiempo, objeto de reformas procesales y otros esfuerzos por conjurar el problema. Pero, es muy poco lo que se ha logrado. Un mal entendido compromiso con el «debido procedimiento de ley» ha impedido que se logre  la «justicia rápida y económica» que prometen las reglas procesales en lo civil y en lo penal, y que permean oficialmente todo el andamiaje judicial. Los usos y [malas] costumbres han dado al traste con los pronunciamientos que, de tiempo en tiempo, se hacen para poner al día los trabajos de la justicia. Los procesos internos son interminables. No hay sentido de urgencia. Ni de que hay que dar cuentas a la sociedad.

Ha faltado voluntad, por consideraciones personales y políticas; por la equivocada «deferencia con el compañero», accediendo a interminable solicitudes de aplazamiento; por permitir una y mil argucias abogadiles para dilatar los procesos. Sin contar con la desidia judicial de quien disfruta de un nombramiento de largo plazo y el trato obsequioso de «Su señoría», que encastilla, enajena y envanece.

Coronando todo ello, la cima de la «torre de marfil» que nunca ha querido saber, y ahora se muestra consternada por el desastre a su alrededor.

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