Con «cara de lechuga»

Tal parece que en el sistema correccional puertorriqueño -- tanto en el de adultos como en el de menores -- impera la norma de que nadie mejor que un delincuente para custodiar a otro. A juzgar por las revelaciones recientes, el sector penitenciario, en sus cuadros directivos, se ha convertido en un refugio de violadores de la ley -- algunos consuetudinarios -- a ciencia y paciencia de las autoridades superiores.

Bromas cínicas aparte, lo cierto es que resulta inquietante la tolerancia de los jefes correccionales con algunos subalternos de cierto nivel que han delinquido, incluso varias veces. Si bien la rehabilitación es un principio de rango constitucional en nuestro país, el modelaje penológico exige que los funcionarios correccionales no sean, a su vez, objeto de lo procesal penal y penitenciario.

Mas, este descalabro es parte de uno más amplio en todo el sector gubernamental, donde «los cabros velan las lechugas», sin pudor alguno. Como hay una total ausencia del sentido del decoro, nadie se inmuta ante los conflictos éticos que son evidentes para cualquier ciudadano.

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