«Lo que el viento se [debió llevar]»

La queja general sobre lo ocurrido ayer, en ocasión del paso de la tormenta, es que los daños no explican la magnitud de la interrupción del servicio eléctrico y el del agua.  Mucho antes de que hubiera siquiera lloviznado o registrado una brisita, cientos de miles de abonados estábamos sin luz y otros sin agua.  Esta fragilidad de los servicios públicos parece ser endémica en nuestro país, pues hace como 20 años que se vive esta misma experiencia.  Luego, se le achaca todo a unas ramitas que cayeron aquí o allá y dañaron las líneas de distribución o las subestaciones del suministro de energía eléctrica.

Por otro lado, si bien es cierto que es mejor precaver que tener que remediar, se puede ser demasiado precavido, cayendo en la cobardía irracional.  Con la información a mano ayer, era previsible que hoy no habría problemas significativos para ir a trabajar.  Cerrar el gobierno fue una reacción exagerada e innecesaria.

Habría bastado con cerrar La Fortaleza y el Capitolio.

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