Eso no tiene madre.

La muerte del jovencísimo soldado boricua en Afganistán es más trágica porque se trata de un «inocente» llevado al matadero por la propaganda belicista y la inconciencia familiar.  Hay gente que ve en las fuerzas armadas la solución a problemas económicos o de conducta de sus hijos, y los alientan a alistarse, sin pensar en las consecuencias.  Son los que siguen creyendo en las pamplinas de que la disciplina militar los «hace hombres», como si el prepararlos para matar fuera parte de ser hombre.  Hoy día, con todas esas escandalosas revelaciones de la conducta de los soldados en las academias militares y en las bases militares dentro y fuera de Estados Unidos, amén de los abusos con los prisioneros de guerra que todo el mundo ha visto por televisión e Internet, nadie que no sea extremadamente cínico puede sostener el cuento ése de la disciplina militar.

Si a eso le añadimos que, contrario a lo que este joven creía - que iba a «salvar a los inocentes» en Afganistán - van a matar a gente que está en su país, defendiéndose de unos invasores, la enajenación es completa.  Esos muchachos creen que la guerra es un pasadía, parecido al del anuncio de café Mami, en el cual la madre está orgullosa de que a su hijo le vayan a tomar el café que ella le envía.  Esta publicidad es una propaganda burda a favor de la guerra y la milicia, y contribuye a hacernos simpáticas las cosas que debemos rechazar.  En este sentido, todo aquel que pinta este tipo de cuadro idílico es cómplice de la muerte de jóvenes como éste.

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