Progeria política

Hace nueve años, José Alfredo Hernández Mayoral desistió de sus aspiraciones a la gobernación, por motivos que nunca quedaron muy claros. La versión oficial fue que su hijo Pablo José -- un niño entonces -- padecía de una  extraña y misteriosa enfermedad, por lo que su padre no estaba en condiciones de continuar en la política activa. No se volvió a hablar del asunto, pero, extraña y misteriosamente, aquella dolencia --que nunca se identificó -- desapareció como por arte de magia. (Malas lenguas dijeron que la verdadera razón del retiro era que el padre no tenía las cuentas muy claras, es decir, que reflejaba atrasos y deudas en el pago de servicios públicos y otras cosas.)

Ahora sabemos cuál era la enfermedad que aquejaba a Pablo José: envejecimiento prematuro de las ideas. El pobre muchacho ha salido a la palestra a defender el «ELA que queremos», es decir, la colonia.  En su caso, es una condición congénita, trasmitida de su abuelo, el exGobernador, a su padre, el gallito que sí se juyó, a él, joven apuesto pero de ideología vieja e inútil. Otra cara bonita sin sustancia.

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