Economía básica

La crisis económica que vive el país y gran parte del resto del mundo surge de dos estupideces, una gubernamental y la otra del sector privado. La gubernamental se manifiesta en un asistencialismo desbocado, un afán de ser todo para todo el mundo, una beneficencia exagerada, que a largo plazo ha resultado insostenible. Se crearon programas de ayuda para todos los males reales y otros producto de una sensibilidad extrema hacia cualquier condición o dificultad humana. No hay erario sobre la tierra que pueda atender una clientela de esa magnitud.

Los gobiernos también se endeudaron exageradamente con proyectos extravagantes, no siempre dirigidos a resolver problemas y sí a impresionar a su gente y a la de otros lugares con su fastuosidad. Tomar dinero a préstamo para invertir en actividades productivas es una cosa; coger fiao para lujos y ostentaciones es otra.  Querer dejar un legado de obras faraónicas e inútiles hunde cualquier gobierno. Mientras, se concedían créditos y exenciones contributivas a los ricos, en su carácter individual y corporativo, con lo cual, quienes más tienen, pagan menos. La quiebra del Estado era inevitable.

La estupidez empresarial, por su parte, ha sido de antología. La empresa privada registra fracasos estrepitosos que nada o muy poco tienen que ver con factores externos a las malas decisiones corporativas. Se llegó a pensar que los mercados no tenían límites; que la demanda por los bienes de consumo era inelástica, es decir, independiente del precio. Se fabricaban viviendas para ricos, cuando la mayor parte de la gente no podía pagarlas, aun en tiempos de bonanza. El tinglado se tenía que venir abajo.

Ahora no hay Dios que lo componga.

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