Hace muchos años, alguien usó el término «chinchal» para referirse a instituciones de dudosa calidad que se establecían en el país para ofrecer servicios educativos a muchos estudiantes cuyo aprovechamiento académico no le permitía optar por las bien establecidas y acreditadas. Con el paso del tiempo, muchos «chinchales» desaparecieron, y otros se transformaron y mejoraron su oferta académica. Hay una vertiente, sin embargo, que aprovecha la insatisfacción con la educación formal en el país y la disponiblidad de fondos federales de Estados Unidos para corregir deficiencias en el aprovechamiento académico. Los cursos para remediar rezagos y carencias en la escolaridad se han convertido en un negocio muy rentable, cuyos resultados están por verse o no son lo esperado. Me parece que el Estado debe ser más riguroso al contratar estos servicios, para asegurarse de que realmente vale la pena invertir tanto dinero en ellos.
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Pero eso no es lo preocupante, sino el manto de silencio que mantuvieron todos sus allegados para este final como gobernante y comienzo como “ciudadano privado”. Ahí está lo sospechoso, un gobernante que quiso proyectar una imagen de humilde y persona sin recaudos y bienes para que el Pueblo le cogiera pena.
Dentro de su “humildad”, este señor no podía mudarse para un sitio menos ostentoso. Claro, sus leales dirán que es una casa regular y ordinaria sin mayores arreglos o modificaciones. Pero todos sabemos que eso no pasará, que pronto habrán modificaciones a ese hogar sencillo y de persona de pueblo, que solo vive de los escasos ingresos que poseerá, fruto del “sudor de su frente”.
Total, la arrogancia perspira por todos sus poros y en Santa María olerá a rosas o a Eternity de Calvin Klein.
¿Cuán ingenuos seremos?