Una falsa alarma

A cada rato se publica, como si fuera una tragedia, que la venta de autos nuevos ha mermado. Si bien se trata de un renglón de consumo de cierto relieve, no creo que deba tomarse como un indicador principal de actividad económica en nuestro país. Por lo menos, no como parte de una economía sana, sino como la de una orientada exageradamente al consumo de bienes con los que se ostenta. Porque nunca se dice que se venden menos estufas, lavadoras o neveras, otros bienes de consumo duraderos, pero sin la exposición pública de los autos.

Lo cierto es que, aparte de la gente ostentosa y con el vicio de comprar, nadie anda por ahí cambiando el carro a cada rato. Que se compren menos autos nuevos se puede deber a varios factores, entre ellos a que, con la excepción de los americanos, los que más se venden duran más. La hegemonía asiática en la fabricación de autos cambió hace décadas la costumbre un tanto generalizada de cambiar el auto cada tres o cinco años. El consumidor de hoy es mucho más consciente que el de mi niñez y adolescencia.

Para bien.

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