De errores y dudas

Ahora que todo el país se ha convertido en «jurado televisivo» en la más reciente causa célebre, procede aclarar dos cosas, para que no nos rasguemos las vestiduras innecesariamente. Primero, como no hay juicios perfectos, se cometen errores, pero no todos tienen el mismo peso. La jurisprudencia ha reconocido desde hace muchísimo tiempo el «error no perjudicial», es decir, el que no cambia significativamente las cosas en un juicio. Y tiene que ser así porque, de lo contrario, habría que anular un sinnúmero de juicios, y la justicia funcionaría peor que lo que funciona.

Segundo, el hecho de que haya alguna duda no significa que debe anotarse a favor del acusado. Tiene que ser una «duda razonable», es decir, la que señale la razón y el sentido común. Por lo tanto, una mera contradicción, incongruencia o imprecisión en un testimonio no necesariamente crea la duda razonable que debe resultar absolutoria. Si no se trata de una cuestión central o medular, no debe tomarse como base para concluir que alguien miente sobre la sustancia de lo que declara.

Tengamos estas cosas en mente antes de hacer aspavientos acerca de lo que sucede en el capítulo del día de la novela judicial televisada del momento.

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