Como aquélla, ninguna.

Crecí bebiendo el agua de Mayagüez, «la Ciudad de las Aguas Puras», como sabe cualquier buen borincano. Cuando fui a vivir a Carolina, noté la diferencia, negativa, por supuesto. Después vine a San Juan, pero ya estaba acostumbrado al bajón en calidad, así que ni cuenta me di.

Mi madre, quien de recién casada en 1942 había vivido en Ponce, guardaba el peor recuerdo del agua de esa comarca. Supongo que habrá mejorado mucho, a juzgar por el premio de ese jurado.

O, sencillamente, ninguno de ellos creció bebiendo el agua de Mayagüez.

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