Una muerte segura

No estamos solos.  El desastre sanitario nuestro es uno de muchos en todo el mundo, que se ha llevado enredados a ministros o secretarios de salud en múltiples países. Y no se trata de que en esas naciones - como en la nuestra - haya más o menos contagio o mortalidad por el coronavirus, sino de que la respuesta de las autoridades sanitarias ha dejado mucho que desear y ha rayado hasta en el engaño o la mentira, cuando no en corrupción o malos manejos de fondos públicos. La pandemia ha quitado la proverbial sábana, para revelar la enfermedad subyacente. Y no hay mascarilla que la disfrace ni ventilador que le dé aire.

Lamentablemente, en nuestro caso, se insiste en los disimulos y los tapujos a los altos niveles gubernmentales, con argumentos pueriles y distinciones bizantinas para no adjudicar responsablidades. Mas, el cuadro clínico es muy complicado y grave, y los infectados no sobrevivirán a este virus de su propia hechura.

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