La hora de parar la dictadura imperial
El mundo contempla perplejo la rápida transformación de Estados Unidos en una dictadura. Todos aquellos que pensaron que esto no era posible han muerto de desengaño. Si bien hay algo de resistencia en ese país, su tan cacareado rule of law se ha hecho sal y agua, demostrando con ello que la adhesión de los estadounidenses a sus supuestos postulados gubernamentales era de la boca para afuera, rindiéndolos muy fácilmente ante el push comes to shove de un osado fascista.
Y esa osadía no conoce límites ni internos ni externos, pues con singular desparpajo ese dictador anuncia sus intenciones imperialistas de conquista e injerencia a la trágala en los asuntos de otros países, desdibujando geografías y repartiendo a su antojo a gente de otras latitudes y longitudes.
Ante esta barbarie moderna, su país se muestra pasivo y sumiso, sin contrapeso de consideración, y otros gobiernos lucen aterrados y tratan de aplacar su ira con acomodos y concesiones. Ya vimos que eso no funcionó ante Hitler, previo a 1939.
Tampoco funcionará ahora.
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