Realismo, y no mágico

En la desesperación de buscar remedio a la delincuencia rampante, sobre todo a la juvenil, se insiste en enfocarse en la escuela como principio y fin del problema. Se apunta, por ejemplo, que la deserción escolar conduce casi inevitablemente al crimen. Por lo tanto, retener a los jóvenes en la escuela, así como ser parte de una familia funcional e ir  a la iglesia es la receta para un «nuevo mundo feliz».

Pues, no estoy tan seguro de ello.

La realidad es otra y más compleja. Lo visto en época reciente es que las escuelas son criaderos de abuso, acoso y lo que en mi época llamaban «malas costumbres». La escuela no es ni puede ser la panacea de todos los males sociales. La violencia en el ambiente escolar no solo proviene de los estudiantes, sino de los maestros, algunos de los cuales abusan física y hasta sexualmente de sus alumnos.

La familia tampoco es un antídoto para la maldad. Aun en las llamadas «buenas familias» crecen delincuentes, como se ha visto en un par de casos notorios en nuestro país recientemente. De las iglesias, ni hablar. El abuso sexual, precisamente de menores de edad, y la corrupción económica son la orden del día.

En fin, no idealicemos las instituciones ni esperemos demasiado de ellas. Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para ayudar a los jóvenes, pero la salvación sigue siendo individual.

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