Las de Caín para Abel

En el principio, Abel cometió el pecado original de tomar livianamente las acusaciones que se le hacían por malos manejos en su época de alcalde de Yauco. Se proyectó con una seguridad algo jactanciosa acerca de su «inocencia». Lucía muy sonreído; como si el lío en el que estaba metido fuera un mero malentendido y poca cosa. Y cuando sus propios correligionarios lo instaron a que renunciara a su escaño legislativo, se resistió tercamente.

Cuando lo arrestaron por segunda ocasión, por imputaciones adicionales, se puso la mism camisa que la primera vez, como si fuera su lucky shirt. Una vez más, quiso devaluar la seriedad de la situación, asumiendo una actitud poco seria, supongo que de su propia inspiración porque dudo que un abogado le haya recomendado tan disparatada estrategia de defensa. Aun con la advertencia contra el ánimo prevenido, a los jurados potenciales no les debe haber caído bien esa jaquetonería.

Ahora sabemos que más tarde que temprano -- por los muchos aplazamientos --  el jurado no quiso ser «guarda» suyo y lo pasó por la piedra unánimemente. Y antes de que sea expulsado al este del Edén tiene otras cuentas judiciales pendientes.

Y habitará en la tierra del No...

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